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Parece ser que, hace unos años, un escritor veterano vivía un tanto lejos de la Capital Federal. Las adolescentes, que leían sus obras como forma de reconocer que el mundo es un sitio siniestro, peregrinaban a ese no tan lejano paraje de la provincia de Buenos Aires. El escritor veterano las recibía, claro, las invitaba a pasar. Ellas entraban, buena parte libro en mano con el sueño de que fuese autografiado (al fin y al cabo, el escritor veterano siempre decía estar mal, por lo que podía morir de un momento al otro y sus autógrafos subirían de valor).
Parece ser que, en aquel entonces, el escritor veterano les decía a las adolescentes -muchas de 18, 19 años (tampoco nos vamos a meter en cuestiones ilegales)- que aguardaran en el comedor. Ella se sentaban en el sillón que dominaba el ambiente, un mueble vetusto cubierto de una tela con reminiscencias hindúes. Esperaban. El escritor veterano regresaba con dos tazas de té. Lo servía en la mesa ratona delante del sillón, y aprovechaba cuando ellas se descuidaban para tomar su taza para, veloz como un rayo pese a su edad, ubicarse junto a ellas. Les hablaba, entonces. Pero, fundamentalmente, las hacía hablar. Las miraba como hipnotizado, con sus ojos diminutos tras los lentes culo de botella, y ellas hablaban. En un momento, siempre, parece ser, el escritor veterano les decía:
-¿No me das un besito?
Buena parte de las chicas accedían. Otras, en cambio, bajaban la vista avergonzadas, y descubrían entonces que el escritor veterano había aprovechado cuando ellas hablaban para sacar la verga del pantalón. Por lo general, parece, estaba dormida.
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Resulta que había un joven escritor argentino que vivió unos años en el exterior. Hizo allí sus estudios, se formó, armó su red de contactos. Se escandalizaba en público de otros escritores argentinos, jóvenes como él, que iban a Europa para hacer sus propios contactos. De hecho, los denunciaba, los acusaba de ser el claro ejemplo de que la literatura argentina se había ido a la mierda.
Pero resulta, también, que un conocido de un conocido de uno de los presentes en el club de adoradores de Asia Argento, presentó una novela a una editorial, más precisamente a su casa matriz en la madre patria. Grande fue la sorpresa de este conocido de un conocido cuando se comunicaron con él para ofrecerle, en vez de la publicación, un premio literario. No es que este conocido de un conocido fuese un caído del catre, pero pensaba que los fraudes en los concursos eran un fenómeno latinoamericano. De hecho, le preguntó a quien se lo había ofrecido, si eso era usual. El hombre sonrió. Siempre, dijo.
Y el conocido de un conocido reparó en un detalle: era el mismo concurso literario que, el año anterior, había ganado el joven escritor argentino radicado en el exterior, ése que se escandalizaba con que los otros desearan publicar sus obras.
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Parece ser que un escritor de la generación intermedia se encajetó con una alumna del sur del país. Había ido a dar clases en una universidad austral, y se enamoró, o al menos se calentó en proporciones considerables. Un detalle no menor es que el escritor era casado. Desde el domicilio familiar, se enviaba mails románticos con la alumna, donde se quejaba de la vida con su mujer y, también, coordinaba cuándo podría escaparse al sur a verla. De hecho, parece ser que una vez fue, nomás, a verla. Pasó dos o tres días en el pueblo sureño, retozando con la jovencita. Ni se comunicó con su hogar -tenía ese trato con su mujer, con la excusa de ahorrar los viáticos-. Cuando regresó a Buenos Aires, se llevó una sorpresa desagradable. Cuando introdujo la llave en la cerradura, no abría. Escuchó movimientos dentro de su casa. Tocó timbre. Pensó que eran chorros. Nones. A los pocos segundos, la voz de su mujer, del otro lado de la puerta, le gritaba "en esta casa no entrás más, hijo de puta". Intentó negociar puerta de por medio, pero resultó imposible. De hecho, nunca volvió a entrar en el departamento salvo para retirar sus cosas. Con el tiempo, iba a saber que su mujer había descubierto el Outlook Express que utilizaba en su computadora. Todos, absolutamente todos los mails entre él y la alumna -como de varias otras-, ella los había leído. Jamás lo perdonó. Él, por su parte, jamás volvió a utilizar el Outlook Express para enviar o recibir mails.
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Chisme internacional.
Según cuentan, un Premio Nobel es particularmente baboso. Cuando entra en las oficinas de cualquier editorial, las empleadas intentan esconderse. No sólo porque él no es precisamente agraciado -octogenario y con rasgos de tortuga- sino porque su esposa, muchísimo menor que él, puede resultar furibunda. Según cuentan, el Premio Nóbel aprovecha cada vez que su mujer se va al baño o a alguna reunión donde negocia sus contratos -porque le maneja todas las cuentas y lo obliga a trabajar y asistir a eventos aunque él esté enfermo- para acercarse a los escritorios donde haya empleadas, y las saluda con abrazos muy profundos, por así decirlo.
La situación que se chismorreó con el escritor, además de su perfil, es la siguiente. Una cena editorial. El Premio Nobel sentado, a su derecha su mujer y a su izquierda una editora. A la derecha de su mujer, otro escritor, mucho más joven. Parece ser que el Nobel empezó a hablarle a la editora. En un momento, comenzó a acariciarle la pierna por debajo del mantel. Mientras tanto, su mujer hacía lo mismo con el escritor joven.
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Un escritor joven saca el segundo premio en un concurso literario. El jurado está presidido por un escritor veterano, supuestamente prestigioso. El día de la ceremonia de entrega de premios, se sigue el orden natural del protocolo: primero sube el tercer premio y agradece, luego el segundo, luego el primero. Cuando el escritor argentino joven sube, agradece, incluso hace una mención al jurado para no abandonar el chupamedismo que domina el campo literario vernáculo. Luego, cuando le llega la hora al primer premio, él debe esperar en el escenario junto a los integrantes del jurado. Aprovecha que el discurso infinito de quien le ganó para hablar con el veterano supuestamente prestigioso. Le dice, cerca del oído, "gracias maestro por haber premiado mi novela". El veterano lo mira. Luego de unos segundos, le dice "¿puedo hacerle una pregunta?", a lo que el joven responde de inmediato "por supuesto". El veterano, mientras mira de reojo al público que aplaude al ganador y sus ocurrencias, le pregunta:
-¿Dónde estamos?
10 comentarios:
Jjajaja
Escracho!
Jajajjaja Vengo leyendo la seguidilla de la reunión y no pare de reírme.
Casanova estaba flasheado con lo que le paso!, Y vos estabas chinchudo, me asombra como te calmo el escritor Iddishe Momme, no se porque me lo imagine grandote, alto y con presencia.
¿Que loco no?
GENIAL.
Luminicus, Iddishe Momme lleva ese nombre porque tiene exactamente ese poder sobre mí: me calma.
Hablando de premios arreglados :
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1184388&pid=7493389&toi=6267
Si la madre de los premios se compra que queda para el resto!
N.
¿¿¿Te contagiaste de Rial???
Estrella, nah, es todo mentira, pero lo copio el tono e invento historias, para que se vea que somos un grupo de chismosos.
El único que no adiviné es el del profesor con la pendeja del sur.
Gus, es que vos sabés todo.
Ojo, Gus. No hay un "único" profesor ni una "única" admiradora sureña, si por sureña se considera, por ejemplo, Mar del Plata.
Veteranísimo
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