Martes (cont.).
La sala de embarque está atestada de gente. No imaginaba que había tanta gente que pudiese hacer el vuelo Buenos Aires-Bogotá, y menos a esta hora. De hecho, había fantaseado con tener libre el asiento del costado y poder recostarme. Difícil que el chancho chifle. Comienzo a observar a los demás pasajeros como se estudia al enemigo. Supongo que achino los ojos, pero además de mi pelotudez innata -y la mediocridad, y el resentimiento, y la mentirositud- debe influir el sueño. Por favor que no me toque con el gordo aquel, ya me veo todo el vuelo con un codo en el cuello. Menos que menos, la mujer esa con dos niños -los chicos están bien para saludarlos en una fiesta (total, a fiestas a no voy)-, pero deberían prohibirlos para viajes. O también podrían hacer un sector niñícola. Si a los fumadores nos persiguen por cuestiones placenteras, nos destinan a los últimos rincones del universo, nos hacen sentir parias, ¿por qué no hacer lo mismo con quienes portan diminutas reproducciones de la especie, que lanzan alaridos, patadones y toquetean todo lo que hay a su alrededor? Además, ¿por qué someter a la criaturita a una tortura semejante como un viaje prolongado? Mejor respetar sus derechos y hacerles la vida más fácil: edificios especialmente dedicados a gente con críos, o mejor barrios, o ciudades enteras. Se suele decir que los fumadores hacemos más uso del Estado pagando menos impuestos -lo cual es falso: en promedio, quienes más impuestos pagan son los fumadores-, ¿y con las bestias qué? En fin. Es el sueño. No estoy de humor. Pero, por favor, que no me toque la tipa con esos dos chicos, uno de los cuales ya está jugando a escalar la montaña con el asiento de espera. Y el gordo tampoco. Una voz anuncia que los pasajeros del vuelo con destino a Bogotá deben presentarse en este mismo lugar donde me encuentro, y donde aún no hay nadie de la aerolínea. Me recuerda a esa gente que te apura para ir a un lugar mientras aún están cagando -es decir, que todavía les falta bañarse, vestirse, arreglarse...-. Una azafata se acerca al atril. Dice que primero pasarán los pasajeros de las últimas filas. Estoy entre ellos. Me incorporo, y en esa fracción de segundo ya se formó una fila numerosa. ¿De dónde sale, la gente? ¿Es gente? Entrego la tarjeta de embarque, la mujer ni la mira y la parte en dos. Me quedo parado. Entonces sí, ella me mira. Entonces sí, estoy satisfecho. Avanzo por la manga. Entro al avión. Busco mi asiento. Por favor, el gordo no, lo vi subir... No, el gordo ya está ubicado. Otros sufrirán, no yo. ¡Ja! Llego a mi asiento. Pongo la mochila en el guardamaletas, me siento. No tengo nadie al lado. La felicidad comienza a recorrer mis venas baqueteadas por tres trombosis. Hace un esfuerzo, la felicidad, para recorrerme, pero lo consigue. El placer nace en mis piernas que estiro, en los brazos que muevo como si fuera una marioneta. Encima, ya están casi todos ubicados. Zafé. En el último segundo, una sombra en la parte delantera del avión. Comprendo que la sombra tiene por nombre Martirio, y que Martirio se ubicará a mi lado. La sombra adquiere fisonomía. Mide dos metros. No. Dos metros cincuenta. Camina con la cabeza inclinada, temiendo chocarse con el techo. Sus brazos son dos lianas más largas que las de Tarzán en la selva -pensar que hay una generación que casi no sabe quién es Tarzán, el mundo está perdido y yo me estoy viniendo viejo-. Llega a posición. Introduce su mochila en el portamaletas. Se sienta. No saludó. Ni buen día. Maleducado de mierda. Suerte que la voz avisa que nos abrochemos los cinturones, y el avión comienza a moverse. No tengo miedo de los aviones. Ni del despegue, ni del aterrizaje, ni de las turbulencias. Es extraño: tengo decenas de fobias, pero el avión no es una de ellas. De hecho, el hundirme en el asiento mientras los oídos zumban ante el rugido de los motores, me parece divertido. El piso se aleja. Miro por la ventanilla la luz tímida del amanecer que baña Ezeiza. Es tan irreal. Lo que la convierte en más real es el olor que siento. Fuerte. Agreste. Miro de reojo, y descubro que Martirio acercó su cabeza a la ventanilla, que la tiene a pocos centímetros de mi cara. Atrevido. Maleducado. Es argentino, seguro. Si querías ventanilla, te hubieras quedado sin dormir, llamando a la compañía de taxis varias veces, revisando las valijas sin cesar. Comienza, entonces, la batalla por el apoyabrazos. No cesará en las seis horas de vuelo. Llegué primero, deposité mi bracito en la lengua de plástico, y el derecho me ampara. Pero Martirio no está de acuerdo. Aprovecha cuando alzo los brazos para tomar la bandeja con el desayuno -horrible, por otro lado- para afanarme el lugar. Igual, es una victoria efímera. También él debe tomar su bandeja, y yo aprovecho para recuperar territorio. Me las ingenio para desayunar utilizando sólo el brazo derecho. Lo consigo. Con tesón todo se puede. Y me dicen fracasado. ¡Ja! Deberían ver la cara de Martirio, la desazón ante el hecho de que no despego el brazo del plástico, que lo transformé casi en una extensión de mi extremidad izquierda. Está triste, Martirio. Lo siento, Martirio. Papá y mamá deberían haberte hecho más chico, tener un polvo más corto, no sé, algo para que no fueras esta bestia alargada y enorme. Imaginate, Martirio, que si ya la gente de dimensiones normales está incómoda en estos asientos de clase turista del orto que son cada vez más angostos y tienen cada vez más pegado el asiento de adelante que casi cuando uno se inclina para comer puede divisar la pediculosis del pasajero de adelante y los asientos ya no se reclinan más que una fracción de milímetro, imaginate, Martirio, te decía, que si el mundo se está transformando en un sitio incómodo para nosotros, los seres normales, los neuróticos comunes y corrientes, para vos, que sos un flagelo de la genética, una aberración de las hormonas, un aborto de la naturaleza, para vos, Martirio, que encima sos un maleducado de mierda que ni saludó, y que conste que por mí mejor que no me saluden, pero que conste que si no me saludan lo puedo utilizar cuando se me ocurra, Martirio, y se me ocurre ahora, ahora mismito, y puedo decir mismito porque viajo a Colombia y me estoy latinoamericanizando. Ah, Martirio, ¿vos también viajás a Colombia? Mirá vos lo que son las casualidades de la vida. Si no fuera que este es en vuelo sin escalas, me sorprendería más. ¿A quién querés engañar, Martirio? ¿A quién pretendés edulcorar, espiga de mierda? ¡Este apoyabrazos es mío, hijo de puta! Es una batalla, lo dije, y estoy dispuesto a triunfar. Cuando la azafata pasa a retirar la bandeja con las sobras -en mi caso, prácticamente todo: ni una medialuna sirvieron, los hijos de puta, ¿quién carajo desea una ensalada de frutas en el desayuno? ¿tantos problemas hay de estreñimiento?-, me quedo quieto. Le hago una seña de que se incline y la agarre ella. Ni en pedo me separo del apoyabrazos. Por suerte, ella lo hace. Con cara de culo, pero lo hace. Igual, su cara de orto es nada en comparación a la de Martirio, que no sabe cómo ponerse. Trata de dormir. ¡Ja! Se cree que con esa técnica distractiva me va a vencer. Ni en pedo me duermo, Martirio. Si me duermo me puedo mover, alejar el brazo del plástico, y eso jamás de los jamases. Pongo una película. "¿Qué pasó anoche?", se llama. Me la recomendó uno de los talleristas de novela, que trabaja de guionista, y la verdad que es buenísima. Bueno, no sé si buenísima es la calificación correcta, pero sí muy buena. Me hace reír. La idea de que te juntás con amigos para una despedida de soltero, corte, y te despertás al día siguiente sin saber qué mierda pasó -para peor hay: a) un tigre en el baño; b) un bebé en el sillón; c) a uno le falta un diente- está muy bien. Ahora que lo pienso, es probable que yo nunca tenga una despedida de soltero. La maldición de No Sonia. Sí, es probable. Estaré solo el resto de mi vida. ¿Estaré solo el resto de mi vida? Snif. Me detengo. Freno cualquier atisbo de angustia. Si lloro, podría necesitar llevar las manos al rostro, y separar el brazo del plástico. ¡Ni en pedo, Martirio! ¡Te creías que iba a dar el brazo a torcer (o mover, para el caso)! No. Nones. Nunca. Jamás de los jamases. Jamás de los jamones. ¿Habrá jamón, en Colombia? ¿Cuál es la comida colombiana por naturaleza? ¿La merca? El Editor me encargó que le consiga un raviol, pero no sé, no creo que resulte sencillo pasarlo por la aduana. Debe ser buena merca, y hace muchísimo que no tomo, y podría probar de la buena. Pero no sé. La droga es un viaje de ida, y a mí me habían sacado sólo el de vuelta, suerte que me avivé. ¿Cuánto llevamos? Tres horas. Miro el mapita en la pantalla: el avión está a mitad de recorrido. Mierda. Miro el resto de las películas del menú. Las vi todas. Mierda. Pruebo con "X-Men 3". Si no recuerdo mal, dura dos horas y media, para cuando termine deberíamos empezar el descenso. La pongo. Me encanta la serie "X-Men". Obvio, como todos, me siento identificado con Wolverine. El renegado. El desclasado. Miro hacia mi izquierda: Martirio mira la misma película. Quizás no sea tan malo, después de todo. Quizás sufre, pobre, siendo una aberración, el fruto de las intrincadas relaciones sexuales que fueron surgiendo tras experimentos de Mengele en Alemania. Es rubio, así que es una hipótesis absolutamente viable. Martirio como el resultado del deseo de obtener una raza superior, que finalmente no puede adaptarse a un asiento de mierda en la clase turista. No es una mala metáfora para el nazismo. Hablando de nazis, en la pantallita plantean que surgió una cura para los mutantes: ahora, si lo desean, pueden dejar de serlo. Brillante. Están los que quieren, están los que se resisten (Magneto y los suyos, por supuesto, demostrando una vez más que son el lado correcto de la guerra). Si me ofrecieran no ser quien soy, diría que no. Salvo que me ofrecieran similitudes físicas notorias con Johnny Depp. O George Clooney. Elemental con el rostro de Clooney. No estaría mal. Sería como el personaje de Clooney en "¿Dónde estás, hermano?", de los Coen, seguro. Redecilla en el pelo. Un codo en el estómago. ¿Un codo en el estómago? ¿Qué te pasa, Martirio? ¿Vos estás loco? Se durmió, el hijo de puta. Y tengo un codo en la barriga. Y resta una hora de vuelo. Mierda. ¿Qué hacer? Inspiro. Cierro los ojos. Imito un bostezo. Levanto los brazos -está dormido, no puede robarme mi cucha junto al plástico-. Hago ahúm. Ahúm, y mi codo izquierdo choca con el hombro de Martirio con la fuerza suficiente como para despertarlo. Se despierta. Saca el codo de mi estómago. Me mira con cara de culo. "Uy, disculpá", le digo satisfecho de mi nueva victoria. Sin embargo, cuando bajo los brazos descubro que el muy turro fue rapidísimo de reflejos y me sacó el lugar en el plastiquito. Mierda. Paso el resto del vuelo acurrucado contra la ventanilla. El mundo es un lugar horrible. Y espero que Colombia esté fuera del mundo. Porque, Colombia, te advierto: allá voy.
13 comentarios:
Elem muy bueno!! Me hiciste reir mucho, totalmente de acuerdo con vos con el tema niños, con el tema de martirio, agradece que solo era deforme, peor seria alguien que apestara a zorrino!
Beso
Chivi
No eran 6 los de la tapa de Perros?
Un placer leerte, Elemental, como siempre!!
Elem, estás loco! Pero me seguís dando ternura, el final fue muy tierno. Pero por qué te sentís fracasado, mediocre? Por qué???
Con respecto a todos esos pensamientos, si es cierto que tu cabeza va a esa velocidad, lo lamento por ti porque padezco algo parecido.. o te habías fumado un porro? jeje
Ahh! Ahora que lei lo de más arriba entiendo lo de fracasado, mediocre, resentido... una ironía jejeje tardeeeeeee pero seguro!
Yo también llegué tarde pero que los piqueteros de tu blog sepan que tenés aguante!
Buen post!!!!
Beso
Tomaba yo café, cuando leo "La felicidad comienza a recorrer mis venas..." me atragante de la risa. Qué bueno eres!
Siempre me sorprendes.
Beso
Chivi, a mi vieja una vez le tocó uno que olía a chivo y se sacaba mocos para comérselos. De veras.
Bel, puede ser.
Sayuri, gracias.
China, si fumo es peor, pero igual después no me lo acuerdo.
Sole, gracias.
Vacya, gracias, beso.
Me hiciste reir mucho con tu relato del viaje en avion jejeje. Siempre el que se sienta a nuestro lado se llama martirio y nosotros somos el martirio del otro.Tengo historias personales de los dos lados. Muy bueno el post. Besos. Nati
Nati, me parece que si te reiste mucho, el onomatopeya, más que jejeje debería ser un jajaja o más bien un juajuajua... Besos
Mmmm tenes razon me salio timida la risa pero te aseguro que solo en la escritura (en mi cara fue mucho mas expresiva). Lo importante es que me rei y siempre me haces reir mucho. Nati
Nati, me alegro entonces.
Me gustó! Estás un poco irritable igual en este viaje de vuelta. De todas maneras reconozco que yo soy igual, ahora no pido más ventanilla porque me da encierro y ruego que no me toque alguien que quiera hablar!. Además de imaginar todas las catástrofes posibles ja
Saludos, F
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