Primero lo primero: Celeste y Blanca es una no-novela. Desde su planteo -los intentos infructuosos de un narrador anónimo por contar la venganza de dos princesas-, Guillermo Piro renuncia manifiestamente a la novela. Lo que leemos es la imposibilidad de narrarla. Lo que leemos, también, es que todo se puede narrar. Probablemente uno de los planteos más interesantes de Celeste y Blanca sea justamente ése: todo puede ser narrado, y ante la infinidad de opciones resulta imposible entregarse de lleno a una de ellas. El narrador anónimo es, si se quiere, un mal narrador, pero lo es porque el simple hecho de narrar resulta, a esta altura, imposible. Si, como se plantea, toda vida merece ser contada, ¿cómo contar una vida? ¿Cómo renunciar al resto? Y, fundamentalmente, ¿por qué?
Segundo lo primero. El planteo inicial de Celeste y Blanca arranca con una presentación grandilocuente: dos princesas despechadas (las Celeste y Blanca del título) se vengan de quien las engañó, el príncipe Mamerto o Humberto (de acuerdo al humor que tenga en ese momento el narrador), y constituyen la tragedia política más grande en la historia de la humanidad. Esas princesas contemporáneas de un reino que nunca se aclara cuál es -de a ratos recuerda a Mónaco, pero también a parajes de la Argentina-, sabemos pronto, hacen algo que nunca sabremos bien cómo se hizo -con el paso de las páginas, sí, sabremos en qué derivó- porque el narrador posee una fascinación tal con lo que debe narrar que no tiene otra alternativa que relacionarlo -a veces voluntaria, otras involuntariamente- con otros hechos grandilocuentes. Lo extraordinario, lo sensacional, plantea quizás sin desearlo la novela, no es único. Lo extraordinario es todo, y reducirlo a uno es mediocrizarlo. Paradójicamente, reducirlo a uno, en la novela, en la no-novela, es imposible.
Lo sensacional, en Celeste y Blanca, es la mirada, no el hecho. La mirada de fascinación hace imposible comprender, explicar lo que fascina. El narrador, en muchos momentos, recuerda a esas personas que con ojos soñadores empiezan a decir "es como..." y comparan una y otra vez, sin poder explicitar a la referencia original. Porque el deseo moviliza, pero la mayoría de las veces resulta imposible de asir. Y en el deseo hay voluntad, y parcialidad: el narrador toma abiertamente partido por Blanca y Celeste -fundamentalmente la primera, de la que se confiesa profundamente enamorado hasta el grado de la idolatría-, y desprecia al príncipe Humberto/Mamerto. Hay otra línea interesante que se desprende de la no-novela: resulta imposible narrar a partir del amor. El amor implica poesía, incoherencia y búsqueda de palabras o imágenes perfectas -las comparaciones y ramificaciones infinitas que ejecuta el narrador una y otra vez-, pero no narrativa. No novela. Puede haber una novela de amor, pero no una novela narrada desde el amor.
En Celeste y Blanca hay otro punto meritorio: mientras el narrador no conoce personalmente a Blanca, el príncipe es fundamentalmente Mamerto; una vez que se da el encuentro, una vez que comprende que él también, por el simple hecho de ser "un escritor", puede ocupar el sitio del príncipe, éste comienza a ser, mayoritariamente, Humberto. Lo comprende recién cuando ocupa su lugar, cuando él también es objeto/sujeto de deseo, como esas personas que dicen "mirá qué boludo/a, cómo desaprovecha a su pareja" hasta el momento en que pasa a ocupar el sitio de ese/a boludo/a y comprende que quizás desaprovecharla sea la única opción.
Fundamentalmente, Celeste y Blanca es un soplo de aire fresco, divertidísimo, de esos que hacen cosquillas y nos empujan a seguir leyendo con una sonrisa. Pero el talento de Guillermo Piro radica en que, como pocas veces en las últimas décadas de literatura argentina, hay un entrelineado a leer que resulta interesante, apasionante si se quiere, que más allá de real o no deja sospechar, intuir que hay una mirada del mundo específica, desordenada, de una honestidad envidiable.
1 comentario:
lo leeré. Gracias!
Aunque no te leo tanto como me gustaría, me voy imprimiendo las semanas como fascículos de coleccionista. No te preocupes que sólo los leo yo.
Un beso desde Madrid
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